jueves, 5 de julio de 2007

Actitud ética frente al paciente psiquiátrico

Al pasar los años la sociedad y la medicina han evolucionado enormemente con respecto a la psiquiatría, ya que debemos recordar que en la edad media los enfermos con patologías mentales eran considerados seres esotéricos, malignos, poseídos por el demonio o un fenómeno sobrenatural como la brujería, los cuales debían ser simplemente encerrados o en casos extremos exterminados, como sucedió en el siglo XV en que todo comportamiento anormal era considerado como demoníaco y una conspiración contra la iglesia lo que derivó en una “caza de brujas” en la que murieron miles de personas porque el tratamiento para liberar el alma del demonio era la tortura y la hoguera. Todo esto basado en el desconocimiento de que la mente es un componente primordial en lo que somos como seres humanos, y que también puede sufrir enfermedades tal como nuestro cuerpo.

Pero gracias a personas que pudieron ver más allá en los siglos XVIII y XIX, el medico Philippe Pinel, Kraepelin, Sigmond Freud contribuyen a cambiar la actitud de la sociedad al enfermo mental, definiendo clasificaciones en psiquiatría y plantear concebir al enfermo como un ser al que es necesario escuchar, observar y comprender.

Pero la sociedad actual aún, conserva cierto prejuicio ante el enfermo siquiátrica, existen barreras morales en el contexto social, como son la discriminación y la intolerancia, todo esto debido a la sobrevaloración de la eficacia, a la productividad, que cada día hace de esta sociedad un ambiente mas competitivo e impersonal.

En la actualidad la prevalencia de patologías mentales como la depresión es muy alta, la mayoría de las personas han tenido contacto con algún conocido o ser cercano al cual se le ha diagnosticado esta enfermedad, sin embargo, debido a las barreras morales, existe un cierto temor al decir “ tengo depresión”, porque quizás se tilde de “loco”,que no lo comprendan, que piensen que es solo “flojera”, o simplemente la mayoría de la gente se aleje lentamente, ya que tristemente lo común es que las personas “sanas” huyan de los problemas y mas si son ajenos y les van a crear una preocupación extra a su ya estresada vida.

No debemos olvidar que lo mas importante para entregar una atención de calidad a nuestro paciente, es que la enfermera posea capacidades especiales para trabajar en el área de la psiquiatría y nunca olvidarse de la intuición, siempre ver mas allá de la patología y lo visible, oír a lo que nos dice nuestro corazón acerca de lo que le ocurre al paciente, obviamente hay personas que han desarrollado esta capacidad personal de manera muy exitosa, pero como enfermeras nos caracterizamos por ver al paciente de una manera biosicosocial, ver mas allá de la enfermedad y valorar con énfasis el lado humano. Es en la psiquiatría el área en que nunca nos debemos olvidar de esta importante cualidad que nos representa como profesionales, ya que valorando áreas como sentimientos, emociones, valores, proyecciones, modo de enfrentar la vida, resiliencia, relaciones familiares, sociales, laborales, rasgos de la personalidad, etc podremos estar descubriendo a la persona, sus virtudes y cualidades, en las cuales debemos trabajar y potenciar y quizás descubrir alguna patología que no este diagnosticada.

Pero para poder atender y ayudar a otros, lo primordial es estar bien como persona, por que el profesional de enfermería que se desempeña en servicios de psiquiatría, debe encontrarse sano mentalmente, ya que por el contrario no será capaz de ver mas allá de sus propios problemas, y le costará demasiado enfocarse en el paciente, lo que entorpecerá, el desarrollo exitoso de su tratamiento y control.

Las actitudes profesionales que una enfermera debe desarrollar desde el punto de vista del Principalismo son:

Beneficencia, esto debe verse reflejado en todas las actitudes que le produzcan un bien al paciente como brindar acogida, trato amable y cariñoso, entregar contención emocional, acompañar al paciente en largo proceso, etc.

No Maleficencia, quiere decir no hacer el mal al otro, en este caso podemos aplicarlo no dando falsas expectativas, no prometer una cura rápida, un tratamiento sin reacciones adversas, una reinserción rápida en lo laboral, etc.

Autonomía, la enfermera debe fomentar la independencia del paciente, enfatizar en la familia que dependiendo de la gravedad del caso, siempre deben darle tareas, y actividades en los que el desarrolle sus capacidades y se sienta útil, no tratándolo como a un enfermo, se debe además apoyar las dediciones propias, y respetar la intimidad del paciente.

Justicia, la enfermera debe respetar los tiempos de atención, favorecer las ayudas técnicas, entregar información acerca de grupos, organizaciones y profesionales de apoyo, y por sobre todas las cosas no discriminar al enfermo siquiátrica.

Debemos comprender que cuando se presenta un paciente psiquiátrico, esta detrás de el, una familia la cual también esta sufriendo un proceso difícil, el que afecta a todos los miembros directa o indirectamente, que muchas veces es doloroso aceptar la cronicidad de la dolencia y el aprender a lidiar con ella. El proceso dependerá en gran medida del miembro de la familia que se vea afectado, ya que si se enferma el/la jefe/a de hogar, deben cambiar roles, quizás un hijo o la madre tome las riendas del hogar en cuanto a reglas y soporte económico, lo que conlleva un gran cambio en la dinámica familiar.
Y si es el caso de un hermano, esto la mayoría de las veces genera conflictos, a largo plazo aparecen sentimientos de celos hacia el hermano afectado, y culparlo por que la madre o padre se preocupa más de él. La dinámica familiar puede verse afectada de maneras diversas, la enfermera debe valorar este pilar fundamental, ya que en ella debemos realizar intervenciones, tales como educación, y expandir la redes de apoyo ( sicólogos, asistente social, etc), porque si la familia esta mal, difícilmente el paciente logrará vivir tranquilamente. Debemos poner al tanto a la familia lo importante que es su rol en el tratamiento de la enfermedad siquiátrica, ya que si ellos sobrevaloran las habilidades pérdidas, pueden provocar en el paciente una desmotivación, lo que llevará a la pérdida de interés en continuar la vida, y también una desmoralización, lo que provocará una pérdida de autonomía en el paciente, y pasará a depender completamente de su familia.

Como enfermeras debemos saber que la conciencia moral de la personas con enfermedades siquiátricas esta alterada, así la perdida del sentido común moral (o su uso ilegítimo) provoca desadecuaciones conductuales evidentes para la comunidad que convive con la persona afectada, su familia, sus compañeros y amigos, etc.. estos pacientes sufren en la mayoría la pérdida de los límites sociales, desajustes del contexto cultural, perdida de autocontrol, oposicionismo, despreocupación de la seguridad de los demás, resentimientos con el entorno, falta de remordimiento, falta de respeto u oposición activa a los usos sociales, y exagerado egocentrismo, entre otros rasgos.

Estas son algunas características que definen a una persona con un trastorno de la personalidad, lo que se puede expresar por un comportamiento que se aleja de lo esperado por la cultura y el ambiente sociocultural, lo que se hace estable en el tiempo y le trae malestar al paciente y al entorno.

En estos pacientes aun percibimos algo común a todos los seres humanos: existe el uso de las mismas palabras, se elaboran juicios, se comunican intenciones, se establecen conversaciones como una necesidad de formar vínculos. Lo anterior nos lleva a inferir que existe un sentimiento o sensación de humanidad que se conserva, una capacidad que aún persiste y que les permite distinguir lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo, lo correcto de lo incorrecto.

Lo más importante es siempre velar por el bienestar y la seguridad del paciente respetando la dignidad humana, lo que implica que cualquiera sea la naturaleza o gravedad de los trastornos o deficiencias mentales sufra, tiene los mismos derechos fundamentales que el resto de las personas. Ello implica también el derecho a disfrutar de una vida armoniosa lo más normal y plena posible.
Tenemos el deber ético de proteger a los más débiles, y el paciente psiquiátrico tiene una fragilidad enorme ya que su mente esta en desequilibrio. La fragilidad del impedido puede ser violentada por actos de comisión o de omisión.
En el primer caso podría estar, por ejemplo, el sometimiento del paciente mental a investigaciones que no tengan beneficio real y directo para su salud o bien que no consideren su rechazo. Otra forma de violencia, esta vez por omisión, se produce frente al abandono del impedido por la sociedad, comunidad, equipo sanitario o familia, quienes tienen como imperativo ético y jurídico, la obligación de brindarles protección.
Aquí juega un papel primordial el cumplimiento de los diferentes aspectos del principalismo, lo que siempre nos llevara a realizar lo mejor para el paciente, protegiéndolo y no queriendo hacerle mas daño. El equipo de salud debe tener especial atención en fiscalizar el cumplimiento del principio de beneficencia, ya que como este tipo de paciente es en ocasiones violento y descontrolado, hay que fiscalizar los modos y técnicas de contención.



Testimonio de una paciente con Esquizofrenia…

"En forma repentina, las cosas no iban tan bien. Empecé a perder control de mi vida y, sobre todo, de mí misma. No podía concentrarme en mi trabajo escolar, no podía dormir y, cuando lo hacía, tenía sueños de muerte. Sentía miedo de ir a clases, imaginaba que las personas hablaban de mí y, además de todo esto, oía voces. Llamé a mi madre que vivía en Guadalajara y le pedí consejo. Me dijo que me mudara de la ciudad universitaria y me fuera a vivir a un departamento con mi hermana.


"Después de que me mudé con mi hermana, las cosas empeoraron: tenía miedo de salir y, cuando miraba por la ventana, parecía que toda la gente que estaba afuera gritaba 'Mátenla, mátenla". Mi hermana me forzaba a ir a la escuela. Solía salir de la casa hasta que sabía que ya se había ido a trabajar; entonces, regresaba a casa. Las cosas siguieron empeorando cada vez más. Creía que tenía un olor corporal desagradable y en ocasiones me bañaba hasta seis veces al día... La situación no mejoró: no podía recordar nada. Tenía un cuaderno lleno de recordatorios que me decían qué debía hacer cada día. No podía recordar mi trabajo de la escuela y estudiaba desde las 6 p. m. hasta las 4 a. m., pero nunca tenía el valor de asistir a clases el día siguiente. Traté de platicar con mi hermana sobre esto, pero no entendió. Me sugirió que consultara a un psiquiatra, pero tenía miedo de salir de la casa para ir a verlo.

"Un día, decidí que no podía soportar el trauma, de modo que tomé una sobredosis de 35 pastillas de Darvon. En ese momento, una voz en mi interior me dijo, '¿Para qué hiciste eso? Ahora ya no irás al cielo'. En ese instante, me di cuenta que en realidad no deseaba morir, quería vivir y sentía miedo. Así es que fui al teléfono y llamé al psiquiatra que mi hermana me había recomendado."

Después de más de un año de tratamiento, primero en el hospital y después fuera de éste, J. decidió que estaba bien y suspendió tanto los medicamentos como la terapia. Consiguió un trabajo, pero lo perdió muy pronto. "Mis amigos y familiares decían que me comportaba en forma extraña, pero yo no me daba cuenta. Iba a bailar casi todas las noches para recuperar el tiempo que perdí cuando sentía miedo..."

En el otoño, regresó a la escuela en Ciudad de Méxicoi para terminar su último año de bachillerato. Después, fue hospitalizada otra vez. "En esta ocasión, las cosas estaban dos veces más mal que en la primera, ya no oía voces, pero lo que veía y soñaba era mucho más traumático. Recuerdo que en un momento creí ser Jesucristo y que estaba en la tierra para perdonar los pecados de toda la gente".

Después de un mes en el hospital, J. regresó a casa y se sometió al tratamiento con drogas antipsicóticas y a psicoterapia como paciente externo. Dos años después, todavía bajo tratamiento, regresó a la universidad, era presidente de la sociedad femenina estudiantil, "estaba más segura y feliz que nunca antes en mi vida".



Testimonio de familiares de enfermos esquizofrénicos

Mi madre es una esquizofrénica paranoide. Antes, sentía miedo de admitido, pero ahora tengo que escribirlo en un papel. Podré decirlo una y otra vez: madre, esquizofrénica, madre, paranoide, madre, vergüenza, culpa, madre, loca, diferente, madre, esquizofrenia.
Durante 13 años, he enseñado a los niños que son pacientes internos de un pabellón del Bellevue Psychiatric Hospital en la ciudad de Nueva York y todavía dudo al revelar la naturaleza de la enfermedad de mi madre. Cuando platico con mis amigos sobre mi madre, incluso con los que son psiquiatras, me arrepiento de ser tan abierta y me preocupa que me considerenpeculiar...

Por fuera, nuestra casa se parecía a las de los vecinos, pero por dentro era tan diferente que no había punto de comparación. Nuestra casa era un desastre. Todo estaba desordenado. Nada combinaba, los muebles estaban rotos, los platos quebrados y había huellas de café y quemaduras de cigarrillo en todo el piano. Nuestra casa me daba vergüenza. Era imposible invitar a los amigos. Nunca sabía qué estaría haciendo mi madre ni cómo se vería. Era por completo impredecible. En sus mejores momentos, se encontraba trabajando en una escultura o practicando el piano, fumando en exceso y bebiendo café rancio, con un vestido demasiado viejo como para darlo en caridad, que colgaba de su cuerpo enflaquecido. En sus peores momentos, se encontraba gritando a mi padre, todavía con el camisón a las seis de la tarde y una apariencia salvaje en el rostro.
Cuando era adolescente, nunca fui popular y culpé a mi madre por eso...
Mi madre se interesaba mucho en la música y el ballet y me llevaba a todos los conciertos y presentaciones en Kansas City. Siempre se veía terrible cuando salía y, en más de una ocasión, llegó al teatro con pantuflas. Me daba vergüenza que me vieran con ella y antes de salir de casa, trataba de convencerla de que se vistiera en forma apropiada. Nunca me escuchaba y a veces se enojaba, pero elegante o no, la acompañaba. Me gustaba la música y la danza tanto como a ella. Incluso dedicaba los sábados por la tarde para estar con ella y escuchar los programas de la Metropolitan Opera y la amaba más y me sentía mas cerca de ella sentadas frente a una chimenea de gas, sintiendo su brazo huesudo alrededor de mis hombros mientras escuchábamos música juntas…
Cuando estaba en bachillerato, mi madre y yo compartíamos una habitación con camas gemelas. Cuando mi madre estaba recostada, empezaba a murmurar como si hablara en sueños. "No puedo soportar a esa niña. Es mala; es una zorra. Es igual que su padre." Me sentía aterrorizada, pero no me atrevía a moverme. Sentía que tenía que fingir que dormía porque no quería que supiera que estaba escuchando... Solía recostarme en la cama, deseando estar muerta, creyendo que era la niña sin valor que ella describía... Mi hermano mayor era el blanco de la misma clase de insultos y nos consolábamos uno al otro...

Bibliografía:

  • Apuntes asignatura "Salud Mental", Escuela de Enfermería, U. de Chile
  • Bioética y Discapacidad Psiquiátrica: Aspectos clínicos y jurídicos. http://www.scielo.cl

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